En Pathfinder un dios morirá #1
En los últimos meses, Paizo, la empresa que publica el juego de rol Pathfinder, anunció que en un nuevo evento en la trama llamado la Guerra de los Inmortales varias deidades morirían. Entre ellas, una de las 20 deidades mayores que existen en la ambientación de campaña oficial, situada en el mundo de Golarion que es publicado desde 2007.
En el blog oficial de la empresa, Erin Roberts, una diseñadora que ha contribuido para ese juego y varios otros más y ha sido galardonada con el premio Diana Jones al diseñador emergente compartió unas anotaciones que develan el primer dios que escapará a ese destino y cuya continuidad se mantiene asegurada.
El artículo comienza con una carta escrita por una investigadora de la deidad Farasma (en inglés Pharasma), diosa de la muerte, el nacimiento y la profecía.
“Comienzo mi anotación sosteniendo la muerte entre mis garras. Un comienzo demasiado poético, que sin duda cambiaré cuando informe a mi Señora. Tal vez sea consecuencia de la lectura de las Profecías de la Lluvia de Dioses (nota de traducción: del original Godsrain), cada una con su funesta historia de la muerte de un dios y todo lo que viene después. Recuerdo el año en que leí “Lo que Cae: Tratado sobre las Caídas Mortales” y utilicé la palabra defenestrar tan a menudo en mis trabajos que Lorminos me pidió que la limitara a una vez por página como máximo.
Como detallan mis anteriores notas de campo sobre estas obras, no hace mucho que supe de las Profecías de la Lluvia de Dioses, y he actuado con gran premura para localizar tantas como me ha sido posible, a pesar de mis muchas dudas sobre su exactitud. Debo confesar que también he sentido cierto regocijo imprevisto al aportar rigor a un rumor, a pesar del sombrío contenido de los documentos una vez descubiertos. Creo que casi puedo entender el impulso de los aventureros (un impulso mortal que sigue siendo un oscuro campo de estudio), aunque probablemente me haya alegrado tanto al detallar mis métodos como al emprenderlos. La investigación rara vez avanza a un ritmo tan rápido, pero ¡pocas veces un investigador ha estado tan motivado!
Qué hacer con estas “profecías” es una cuestión totalmente diferente, que debo resolver antes de informar a mi Señora, no sea que provoque visiones catastrofistas sin ningún intento de contexto o encuadre, ¡no mejor que un agorero cantando en las calles! A primera vista, parece imposible que sean ciertos, dado el fracaso actual de las profecías en general, y aún no se ha identificado a su autor. Inmediatamente recuerdo los muchos falsos presagios de los años posteriores a la muerte de Aroden, muchos de los cuales hacían perecer brutalmente a Golarion mil veces (y algún día, supongo, darán lugar a un fascinante conjunto de estudios).
Aun así, hay algo en estas páginas que me inquieta. El detalle, tal vez, o la naturaleza de los futuros que pronostican. Esto se ve acentuado, por supuesto, por el tema de la primera de ellas, que esperaba no encontrar nunca pero que debo documentar fielmente, como hago a continuación. Tal vez lo que me inquieta radique en esta simple pregunta: ¿cómo decirle a tu Señora que está profetizado que va a morir?
-Yivali, Aprendiz de Investigadora de la Dama de las Tumbas”
El artículo se refiere a uno de los puntos esenciales de la trama del juego de rol. Una profecía milenaria decía que hace poco más de 100 años, el dios de la humanidad, llamado Aroden, volvería a manifestarse.
En vez de suceder eso, Aroden murió, y con su muerte se produjo un cataclismo que causó que en el norte del mundo se abriera una rajadura en la tierra de kilómetros de largo de la cual surgieron demonios -a esta altura nuevamente cerrada- y en el sur una tormenta dio origen a un inmenso huracán que hasta el día de hoy no se ha calmado.
Desde ese entonces, a esta época se la conoce como la Era de los Presagios Perdidos, porque las profecías ya no son certeras como lo eran en el pasado y el futuro está completamente en manos de los mortales.
Yovali, el personaje que escribe este artículo, nos leerá una a una las profecías de que sucedería si muriese cada dios. En este caso, qué sucedería si la diosa de la muerte, a quien ella sirve, muriese.
“Cuando Pharasma muere, muere por centímetros. Se aferra a una profecía que está fuera de su alcance y la piel de las yemas de sus dedos se llena de ampollas. Sueña con la perdida sensación de futuros ya anunciados y se despierta con un diente hecho cenizas. Siente una incertidumbre que hiela el aire, y sus huesos se vuelven fríos y quebradizos. ¿Qué ha cambiado con la muerte de Aroden? ¿Por qué ha fallado la profecía? Las preguntas corren, giran y dan tumbos, los bordes laceran su mente mientras intenta juzgar a las almas mortales de cuyo futuro no está segura.
¿Es de extrañar que se haga añicos?
La diosa a la que llamaban La Superviviente muere sola en su palacio: fría, exhausta, rota. No hay psicopompos (nota de traducción: seres que acompañan a las almas hasta su destino final) que juzguen sus obras, ni Átropos que asuman su reinado. La mayoría de sus sirvientes pierden su poder en el mismo instante en que ella muere, y nadie viene a colocarla en un plano para toda la eternidad. El miedo a cómo podría ser juzgada la ha mantenido erguida más de una vez, pero al final es simplemente esto: ella es y luego no es. Farasma deja de ser.
La muerte no se detiene para la Dama de las Tumbas. La Muerte no se detiene con nadie. Los mortales sucumben a las cosas de siempre: algunos en los brazos de quienes les amaban, otros a manos de quienes no les amaban. Algunos en un alarde de valentía, otros en una bruma de arrepentimiento, otros empapados de sudor o de miedo o de amor o de pérdida o de ira. Todos se sumergen en el Río de las Almas como rocas dentadas que se precipitan, dejando remolinos a su paso que cambian y agitan la corriente. El río se agita con energía, un remolino de rápidos que arroja almas a su paso sin ton ni son. Los guardianes que lo ven pasar no son más que espectadores, mientras el alma que iba al Cielo es empujada a Abaddon, y la que estaba al borde del Infierno es arrojada al Nirvana. Como las almas ya no son guiadas a los lugares en los que están más alineadas, los planos exteriores se vuelven turbulentos y se dividen en facciones donde antes había armonía. Estallan las luchas y las misiones de rescate; los pactos, los intercambios y las promesas no tardan en romperse, un revoltijo de almas ensangrentadas y desordenadas para toda la eternidad.
Los antiguos psicopompos de Pharasma, distraídos por el caos o los torrentes del río o el dolor de su pena, rara vez ven a los depredadores que se dan un festín en la estela del río: demonios y cosas peores que atrapan almas a puñados, llevándolas para venderlas, regalarlas o simplemente desaparecer con ellas.
Entre los mortales, las resurrecciones empiezan a flaquear, ya que las almas suelen desaparecer de los lugares donde se las busca. Incluso para aquellos a los que nunca les importaron las minucias de la de Pharasma, la nueva finalidad de la muerte hace que muchos recen por Farasma, desesperados por una señal de que algún día pueda seguir teniéndolos la mano.
Sus seguidores son los más afectados: los clérigos y adivinos, las comadronas y los funerarios; sus bendiciones ya no funcionan, sus hechizos carecen de poder. Aquellos que luchan contra los no muertos ven cómo su ventaja se disipa, y algunos que no pueden luchar o huir caen fácilmente ante los enemigos no muertos, sus victorias convertidas en matanzas en un centenar de sombríos retablos.
Urgathoa ríe a carcajadas al ver a un enemigo derrotado, declarando 50 días de fiesta y manifestando vino empapado en sangre en cualquier copa vacía. Pide a sus seguidores que aprovechen sus nuevas ventajas, mientras los que lucharon contra sus adoradores se enfrentan a un ajuste de cuentas: algunos recurren a otro dios cuyo propósito encaje con su vocación, otros buscan una profecía, un ritual o un sacrificio que les devuelva a Farasma y la seguridad que les dio, otros encuentran otras promesas para su causa.
Por encima de todo, un rostro cuelga y sonríe sobre el caos: Groetus, que observa ansioso desde lo alto de la Aguja. Algunos dicen que el creciente de su luna comienza a crecer en serio, a medida que nos acercamos al final de los tiempos que él desea.”
El artículo ahonda allí en lo terrible que sería la muerte de la diosa encargada de juzgar las almas de los muertos y enviarlas a su lugar de residencia definitivo. Los planos lucharán por las almas perdidas. Mientras tanto, la diosa de los muertos vivientes, Urgathoa, que alguna vez escupió en la cara de Farasma negándose a morir, festeja la ventaja inusitada que tendría frente a la muerte de la diosa.
Por sobre todo, Groetus, el dios del fin de los tiempos, representado por una luna con una cara terrible, y al que Pharasma mantenía a raya alimentándolo con las almas de los no creyentes, comienza a crecer y acercarse al viejo trono de la diosa de la muerte.
“Un futuro desagradable, por no decir otra cosa. Me estremezco al pensarlo. Afortunadamente, gran parte de esta profecía sigue siendo cuestionable en el mejor de los casos. No sólo se plantean aquí muchas preguntas, incluyendo la probabilidad de que mis compañeros psicopompos simplemente cesen su trabajo y dejen que las almas sean devastadas, sea cual sea su pena, sino que también parece señalar la causa de la muerte de mi Señora como causada indirectamente por el fin de la profecía. Y, sin embargo, si no hay profecía, ¿cómo ha surgido ésta? Una paradoja, si alguna vez conocí una, y una que aún no puedo desenredar. Tal vez mi próxima anotación ofrezca mayor claridad”, culmina Yivali.
De esta manera, Paizo nos revela que Pharasma está segura y no será la diosa que morirá. La pregunta sigue en el aire ¿cuál de los dioses dejará de existir?
¡Hola! Soy Fede, un periodista y abogado de Argentina. Tiro investigación con ventaja.